La sucesión de Alfonso IX de León (III): la Concordia de Benavente

Continuando y ya para cerrar la serie de entradas sobre la sucesión de Alfonso IX de León, nos situamos en las semanas posteriores a su muerte en 1230 para seguir los pasos de los candidatos al trono, las infantas Sancha y Dulce por un lado, y el rey Fernando III de Castilla por otro.

Cuando se conoció el fallecimiento del rey, las infantas viajaron desde Galicia hacia León acompañadas de su madre Teresa de Portugal. Fernando, por su parte, se encontraba en un intento de conquistar Jaén, que no estaba resultando nada exitoso. De hecho, aunque algunas crónicas reseñan que decidió abandonar el sitio cuando le llegó la noticia de la muerte de su padre, parece claro que fue la imposibilidad de tomar la ciudad lo que le hizo regresar a Castilla y que fue en este viaje de retorno cuando su madre Berenguela se encontró con él en Orgaz y le hizo ver la necesidad de viajar de inmediato a León. Ambos se pusieron en camino hacia la capital junto con todos los nobles del séquito del rey de Castilla.

Teresa de Portugal

Las crónicas relatan que Fernando fue reconocido como rey legítimo por los concejos de Villalpando y Toro y por los obispos de Oviedo, Astorga, León, Lugo, Salamanca y Ciudad Rodrigo y en las villas de Mayorga y Mansilla, así como en la propia León. Chao resalta que el obispo Ximénez de Rada (partidario de Fernando III, durante cuyo reinado redactó su crónica) «silencia la resistencia y los combates protagonizados por sus opositores, que sin embargo sí aparecen reflejados en otras fuentes».

También relatan las crónicas que Sancha y Dulce no fueron recibidas de igual forma en su recorrido y que no se les permitió la entrada ni en Astorga ni en León y Benavente donde, según la Crónica latina de los reyes de Castilla: «La respuesta del pueblo y obispos era que recibirían sus personas y les servirían de buen grado, pero no a sus soldados u hombres armados. Llegaron por último a Zamora, con su madre la reina doña Teresa, que siempre las acompañaba, y allí fueron recibidas, pues eran adictos a las nobles señoras Ruiz Fernández, apodado el Feo, hijo del conde Froilán, y otros muchos de la tierra de León».

Chao pone en duda el relato de las crónicas: «Las cosas no fueron tan sencillas. En León hubo oposición a Fernando III, y tanto en Astorga como en Benavente el tenente era Rodrigo Fernández de Valduerna, firme partidario de las infantas, por lo que se hace extraño que no fueran bien recibidas en ninguna de las tres ciudades, aun en el caso de que se les opusieran los obispos».

Mientras Sancha y Dulce se establecían en la única ciudad que las había acogido, Zamora, Fernando III, todavía camino de la capital, se enteraba de la resistencia en el lugar que más oposición le estaba planteando: la propia León. Los contrarios al rey de Castilla, liderados por el merino mayor se instalaron en el palacio real y el noble Diego Froilaz hizo lo propio en la iglesia de San Isidoro. Mientras, los partidarios de Fernando lo hicieron en la catedral, dirigidos por el obispo, y grupos de burgueses ocuparon las torres de las murallas y del resto de las iglesias de la ciudad.

La situación cambió cuando Diego Froilaz enfermó y abandonó León y su resistencia y el obispo Rodrigo y sus partidarios recuperaron el control de San Isidoro. El prelado envió un mensaje a Fernando, que seguramente se encontraba en Mansilla, para que se dirigiese a la capital. Una vez allí, sus partidarios le proclamaron rey de León.

Fernando III.

El merino mayor siguió refugiado en el palacio real, pero era más un acto simbólico de oposición que un movimiento contrario al monarca debidamente organizado que hiciera peligrar el futuro de Fernando como rey. En los días siguientes fueron llegando magnates y representantes de las ciudades para prestar juramento al nuevo monarca leonés.

Sin embargo, los nobles más importantes del reino tardaron un tiempo en pronunciarse, mientras comprobaban cómo evolucionaba la situación en los dos focos más probables de oposición a Fernando, Galicia y Asturias. Eso explica que en los dos primeros diplomas otorgados por el rey no figuren los nombres de ninguno de estos magnates, aunque sí los de los prelados castellanos, leoneses y gallegos, incluido el arzobispo de Santiago.

En octubre de 1230 llegó a León una embajada enviada por Teresa de Portugal solicitando una entrevista con la madre de Fernando III, para tratar el futuro de sus hijas. Las dos esposas del fallecido Alfonso IX, Teresa de Portugal y Berenguela de Castilla, se reunieron en Valencia de don Juan para tratar el tema de la sucesión y allí llegaron a un acuerdo, que se plasmó posteriormente el 11 de diciembre de 1230 en la conocida como Concordia de Benavente, firmada por Fernando III y sus hermanastras Sancha y Dulce.

En virtud de lo acordado, las dos hermanas renunciaban a sus derechos dinásticos al trono de León («renunciaron al derecho, si alguno tenían en el reino, y destruyeron las cartas paternas sobre la sucesión o sobre la donación del reino a ellas») a cambio de la asignación de una generosísima pensión de treinta mil maravedíes al año correspondientes a las rentas de diversos señoríos en Asturias, León y Castilla. El camino al trono de León para Fernando III quedaba así despejado, aunque no totalmente desbrozado.

No todo el mundo aceptó de buen grado lo acordado en Benavente. Lucas de Tuy refiere que: «Hubo una gran turbación en el reino de León, porque muchos caballeros gallegos y asturianos quemaron muchas poblaciones y las dejaron sin las murallas que el rey Alfonso les había hecho, y se esforzaban también para resistir al rey Fernando. […] Después de apaciguado todo su reino, (Fernando) desterró a todos los caballeros que habían quemado los palacios de su padre».

Otras crónicas narran la resistencia de magnates y personas del pueblo en León y en Galicia contra la designación de Fernando III con peleas diarias entre partidarios y detractores del nuevo monarca.

González Jiménez discrepa sobre la causa de estos incidentes reseñada en las crónicas: «Sin negar que en estas dos zonas del reino (Galicia y Asturias) existiese una especial resistencia a reconocer a Fernando como rey, es evidente que la revuelta no tenía relación directa con este hecho sino más bien con el descontento existente entre los hidalgos locales por la política de Alfonso IX de recuperar para el realengo tierras que hasta entonces beneficiaban principalmente a la nobleza local. […] Ahora bien, mezclar la cuestión sucesoria con sus propias reivindicaciones podía ser una forma de justificar lo que era pura y simplemente manifestación de esa tendencia inveterada de los feudales a aprovechar cualquier vacío de poder para depredar a los débiles.[…] Como garantía del acuerdo (de Benavente) y siguiendo la costumbre de la época, Fernando III entregó en «fieldad» […] doce castillos. Fueron designados como tenentes en «fieldad» de las fortalezas citadas doce nobles leoneses de entre los más destacados en las tierras de León. […] Esta larga lista de nobles y caballeros leoneses es la mejor prueba de la plena aceptación de Fernando III como rey por parte de la nobleza del reino. En ella están todos los magnates políticamente significativos, incluyendo hasta quienes habían tratado de impedir que accediese al trono, como es el caso de Diego Froilaz y de García Ruiz Carnota, el merino mayor de León, a quien, por cierto el monarca mantuvo en su cargo».

Chao, tras resaltar que la resistencia en León contra Fernando se demuestra porque los dos primeros documentos otorgados por el nuevo rey leonés no aparecen confirmados por los nobles, relata así lo sucedido: «Esta ‘concordia’ llevó aparejada la destrucción de todo aquel documento que pudiera suponer una reclamación futura de derechos sucesorios. Era el comienzo de una campaña de manipulación, reescritura y acomodo de la historia del reino de León al gusto y bajo las necesidades políticas castellanas. Berenguela y Fernando III encargan nuevas crónicas en la que ellos y sus antepasados debían ser los protagonistas. Hay incluso que agradecer a los escrúpulos intelectuales de los cronistas —Lucas de Tuy, Rodrigo Ximénez de Rada y Juan de Soria— que dejaran una sombra de aquel reino. Aunque fuera a costa de convertir a Alfonso VI y Alfonso VII en «reyes de Castilla» cuando nunca utilizaron tal título, ni en sus monedas, ni en sus inscripciones, ni en sus crónicas. O de falsear la Historia: en la Crónica general de España (1344) se llega a afirmar que Alfonso IX y Teresa de Portugal no tuvieron descendencia. Con esta destrucción documental, Fernando III y Berenguela ocultaban la ilegalidad de sus actos. La medievalista Inés Calderón Medina sospecha que fue parte de una auténtica campaña de damnatio memoriae en la que habrían expurgado los diplomas en los que figurara cualquier otro heredero al trono leonés distinto de Fernando III. Esta maniobra explica por qué se conservan tan pocos documentos de este periodo y, sobre todo, tan salteados. Julio González, el mayor experto en estos reinados, admitía con desaliento que «a partir de 1217 faltan documentos para conocer bien lo ocurrido en León sobre la sucesión del trono».

Berenguela de Castilla.

Puente no parece compartir la opinión de Chao sobre Berenguela y su papel en relación con el reino de León: «Desde 1197 hasta principios de 1204 Berenguela de Castilla, hija de Alfonso VIII, fue reina de León y una de las más entrañables figuras que ha dado la monarquía leonesa. La llegada a la capital leonesa de esta mujer excepcional, a la que el pueblo llamaba cariñosamente ‘la Castellana’, debió revolucionar los quehaceres cotidianos de la corte. Berenguela tenía una capacidad de trabajo ilimitada al servicio de sus tareas regias; despachaba asuntos con celeridad, organizaba, mandaba edificar edificios civiles y religiosos y tomaba decisiones como si fuera ella misma reina privativa de León. Todos los testimonios que nos han llegado hablan de esta mujer como una reina piadosa, prudente, heredera de la sabiduría e inteligencia de su padre e, incluso, con cierto aire varonil en su determinación. Su enorme capacidad de concordia y el hecho de ser bien considerada por ambos reinos, fue decisiva para que tras el fallecimiento de su padre, Alfonso VIII, de su hermano Enrique y de su marido Alfonso IX, lograra poner de acuerdo a León y Castilla para una solución pacífica a los problemas de sucesión. […] A la muerte de Alfonso IX, su buena voluntad y dotes diplomáticas consiguieron que el problema de sucesión creado en el reino de León no tuviera consecuencias dramáticas».

Manzano Moreno sostiene que: «Cuando en 1230 su antiguo marido, Alfonso IX, murió, Berenguela volvió a maniobrar con gran habilidad. Aunque el difunto no había querido oir hablar en vida de una posible herencia de su hijo, convertido en rey castellano, Berenguela consiguió que, en ausencia de cualquier otro heredero varón, Fernando III se convirtiera también en rey de León, uniendo así ambos reinos de forma definitiva. La unión, sin embargo, encontró serias resistencias, especialmente en Galicia, que tuvieron que ser sometidas por el propio rey».

Para González Jiménez: «El éxito de la negociación (de la Concordia de Benavente) se debió a la habilidad de doña Berenguela y al realismo de doña Teresa de Portugal. […] La unión de los reinos de Castilla y León no solo puso fin a una división injustificada; reforzó también el poder de Fernando III, convertido, desde 1230, de forma indiscutida en el monarca más poderoso de España».

Y en similares términos Pérez de Tudela y Velasco señala que gracias «al buen criterio del sector femenino de la familia, dando ejemplo unas, de madurez política, otras de generosidad, alcanzaron el acuerdo definitivo. […] Atrás quedaban 80 años de enfren- tamientos gratuitos, un reguero de sangre inútil, destrucciones sin sentido y dolor sin causa».

Los dos primeros años de su reinado, Fernando III los dedicó a recorrer sus dominios para darse a conocer a sus súbditos leoneses (llevaba trece años ausente) y ganarse su adhesión. A tal efecto confirmó privilegios y otorgó donaciones, todas ellas bien elegidas para conseguir el objetivo buscado.

Uno de los lugares en los que más necesaria era esta tarea propagandística y política era Galicia, donde todavía existían focos contrarios al rey. Allí pasó varios meses entre finales de 1231 y 1232. Además de visitar el sepulcro de su padre y el del apóstol Santiago en Compostela, aprovechó para apagar los últimos rescoldos de rebelión.

Según la Crónica latina de los reyes de Castilla, obra de Juan de Soria, canciller de Fernando III y testigo privilegiado de su reinado: «En el año siguiente (1231), alrededor de la Natividad del Señor, entró el rey en Galicia, a la que condujo de la turbación a la paz, y, sanados muchos males tras una profunda investigación y promulgadas algunas constituciones contra los perturbadores y malhechores de la tierra, llegó a las Asturias de Oviedo, donde estuvo un poco de tiempo, y, restaurados los daños y pacificada la tierra, salió de allí y, pasando por León, llegó a Carrión, donde su madre le salió al encuentro y donde su esposa había vivido largo tiempo».

El hecho de que en Carrión se le reunieran no solo su madre y su esposa, sino representantes de los concejos leoneses y nobles de Asturias y de Galicia, da a entender que para entonces esos focos de «no pequeña turbación» a que aludía la Crónica latina habían sido definitivamente apagados y que Fernando III podía estar seguro de que su figura estaba asentada ya pacíficamente en todos los rincones de su reino.

Chao apunta que, a pesar de la unión dinámica entre León y Castilla, «durante todo el siglo XIII, leoneses y castellanos celebran sus respectivas Cortes por separado. En ocasiones se convocan en la misma ciudad, pero los representantes de cada Corona se reúnen y deliberan en dependencias diferentes: por ejemplo, esto fue lo que ocurrió con las que se celebraron en Valladolid en 1293. Las relaciones entre unos y otros no debían de ser muy cordiales, ya que Fernando IV justifica la separación «por evitar peleas y reyertas que pudieran ocurrir». Los temas a tratar a veces eran similares en ambas Cortes, pero también abundan las peculiaridades: así, los leoneses hicieron hincapié en que el Fuero Juzgo tenía que continuar siendo la principal guía en sus pleitos, y exigieron que los naturales de sus reinos sólo pudieran ser juzgados en los tribunales leoneses».

Prieto, por su parte, señala que «la definitiva unión de 1230 mantuvo durante bastantes años la división administrativa y fiscal de ambos territorios. La continuidad del sistema legislativo leonés era aun manifiesta a principios del siglo XIII, cuando Fernando III retocó y actualizó el Fuero Juzgo […] A finales del siglo XIII, cuando aún se distinguía entre ambos reinos, se convocaban las cortes por separado, tal y como sucedió en las de Zamora en 1301, validas para León, Galicia y Asturias, y las de Burgos, en la misma fecha, para Castilla y las tierras marítimas; pero cuando se hacían conjuntamente como las de Valladolid en 1258 o las de Sevilla en 1261, las legislaciones eran diferentes a la hora de ser aplicadas, ya fuera en los antiguos territorios de León o en los de Castilla».

La historia del reinado de Alfonso IX y de su sucesión es una de las que forman parte del libro De la guerra a la unificación. La historia de León y de Castilla desde 1037 hasta 1252, que ha servido como fuente a esta serie de entradas y que se encuentra disponible en el enlace, en papel en las webs todostuslibros.com y libreamos.com y en versión electrónica en Amazon.

Imagen| Wikimedia Commons, Archivo del autor.

Fuente| Daniel Fernández de Lis. De la guerra a la unificación. La historia de León y de Castilla desde 1037 hasta 1252.

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