La sucesión de Alfonso IX de León (I). Antecedentes

La relación entre el reino de León y el hasta el año 1065 condado y desde esa fecha reino de Castilla no fue sencilla. El condado de Castilla ganó peso y protagonismo a partir de la época en que ostentó ese título Fernán González a mediados del siglo X, aunque nunca llegó como tal condado a independizarse del reino leonés (ver las entradas dedicadas al mito de la independencia de Castilla).

Conmeración en Tamarón de la batalla del mismo nombre.

Un momento de inflexión en la relación entre León y Castilla se produjo en el año 1037 cuando, tras la batalla de Tamarón y no sin dificultades, el conde de Castilla Fernando Sánchez sucedió en el trono leonés a Vermudo III, fallecido en la mencionada batalla, y reinó con el nombre de Fernando I. A su muerte en el año 1065, dividió su reino entre sus hijos Alfonso VI (que heredó León), García (Galicia) y Sancho II (Castilla). Los tres reinos volvieron a unificarse tras la muerte de Sancho II en 1072, cuando Alfonso VI se hizo con el poder en León y en Castilla, además de en Galicia (García fue encarcelado en el castillo de Barrios de Luna hasta su muerte en el año 1090).

Ruinas del castillo de Barrios de Luna

Los reinos de Castilla y León permanecieron bajo la misma corona durante los gobiernos de Alfonso VI (1072-1109), Urraca I (1109-1126) y Alfonso VII (1126-1157). Pero el testamento de Alfonso VII volvió a separar a León (que fue para su hijo Fernando II) y Castilla (para Sancho III). Solo un año después fallecía Sancho III y era sucedido por Alfonso VIIII. Durante los años en que ambos reinos estuvieron separados, fueron constantes los enfrentamientos entre ellos. Esto obligó a la firma de diferentes tratados, como el de Sahagún (1157) por el que Fernando II y Sancho III pactaron que si ellos o alguno de sus descendientes moría sin descendencia su corona pasaría al monarca que reinase en el otro reino. O el de Fresno-Lavandera (1183), firmado por Fernando II y Alfonso VIII, que puso fin al conflictivo problema del Infantazgo de Tierra de Campos.

Las relaciones entre Castilla y León no mejoraron precisamente tras la muerte de Fernando II y su sucesión en el trono leonés por su hijo Alfonso IX. El hecho de que ambos reyes del mismo nombre (Alfonso VIII y Alfonso IX) fuesen primos no impidió que durante el tiempo en el que coincidieron en el trono se multiplicaran los conflictos entre ellos y entre sus reinos.

Alfonso VIII, rey de Castilla

Los problemas empezaron nada más subir al trono Alfonso IX. En abril de ese mismo año de 1188, Alfonso VIII de Castilla decidió aprovechar la situación de incertidumbre que todo fallecimiento de un monarca plantea, y penetró en León tomando diversas plazas fuertes, alguna de las cuales estaban en posesión de partidarios de la viuda de Fernando II, Urraca López de Haro, quienes entregaron la posesión de las fortalezas sin oponer resistencia, en la esperanza de que el monarca castellano apoyara a su señora en contra de Alfonso IX.
Pero, en una reunión mantenida el 19 de mayo de 1188 en Soto Hermoso (cerca de Plasencia) con Alfonso IX, el rey de Castilla reconoció la legitimidad de su primo para sentarse en el trono de León, aunque no reintegró la posesión de los castillos tomados previamente.

En el mismo encuentro se acordó que el leonés acudiría a una curia en Carrión de los Condes en la que el rey de Castilla le armaría caballero. Según Chao Prieto, «el acto no suponía per se una declaración de vasallaje ni menosprecio alguno, pero la actitud arrogante y taimada de Alfonso VIII lo convierte en una humillación. Resulta tan del gusto del castellano que ordenará a los escribanos reales referenciarlo —durante unos años— en todos los documentos que firme: «en aquel año en que el dicho serenísimo Alfonso, rey de Castilla, ciñó el cinturón militar a Alfonso, rey de León, en su curia en Carrión». O en ocasiones: «y el mismo rey de León besó la mano del dicho Alfonso, rey de Castilla y de Toledo».
No coincide esta descripción de lo ocurrido en Soto Hermoso y Carrión con la que efectúa Martínez Diez: «el rey leonés deseando congraciarse con su primo prometió casarse con una hija del rey castellano y recibir la caballería de manos del mismo y con esa ocasión besar la mano de Alfonso VIII, que era el signo por el que Alfonso IX se reconocería vasallo del rey de Castilla por sí y por su reino».


Puente, tras recordar que «el sistema defensivo leonés estaba ya en el mes de mayo en poder de los castellanos», continúa relatando: «se hacía necesario, pues, un acercamiento por parte de León hacia Castilla en forma de arreglo diplomático, insinuado por los consejeros del Rey (Alfonso IX). Los dos monarcas que, no olvidemos eran primos carnales, se reunieron el 19 de mayo de 1188 en Soto Hermoso, un lugar al norte de Plasencia. Castilla reconocía la legitimidad de Alfonso IX y, tras firmar un pacto de no agresión entre León y Castilla y comprometerse a devolver las plazas ocupadas, se acordó la celebración, el día de San Juan, de una curia de ambos reinos en Carrión, donde Alfonso sería armado caballero por su primo Alfonso VIII. El rito fundamental de la caballería tuvo lugar en el monasterio de San Zoilo […] durante un acto de gran solemnidad. En medio de una enorme expectación, Alfonso fue armado caballero durante un ceremonial cuya brillantez semejaba el de una coronación real. El rey de Castilla, que estaba a punto de cumplir los treinta años, tomó el cinto militar con la espada y, ciñéndoselo al rey de León, le armó caballero. Posteriormente, este, ante la curia, besó la mano del rey castellano, acto trascendental según las reglas de la caballería. Aunque no se trataba de un acto de vasallaje, el hecho de que un rey de León besara la mano a un rey de Castilla fue considerado como un reconocimiento explícito del castellano como cabeza del linaje y celebrado en todo el reino con carácter triunfal; de hecho, la cancillería real de Castilla comenzó a fechar sus documentos con relación a ese día y continuó haciéndolo por espacio de un año».
Y Rodríguez-Picavea resalta otra derivada de lo sucedido en Carrión: «El rey de Castilla armó caballero a su primo leonés y recibió su homenaje, lo que para muchos significaba la constatación de la supremacía castellana sobre León. No obstante, Alfonso IX salía robustecido en el interior de su reino, pues conseguía afirmarse en el trono y conjurar el peligro que suponía la poderosa familia de los Haro».

Monasterio de San Zoilo (Carrión de los Condes).

Los años siguientes se reprodujeron los conflictos entre ambos reinos, hasta el punto de que en el año 1194 fue necesaria una mediación del papa, que terminó con un arbitraje en Tordehumos. Pero solo un año después se produjo el segundo gran motivo de desencuentro, cuando Alfonso VIII se enfrentó, y sufrió una dolorosa derrota, a los almohadas en la batalla de Alarcos.

Tras el laudo arbitral de Tordehumos, los reyes Alfonso VIII y Alfonso IX habían acordado actuar de manera conjunta ante el enemigo común, los almohades. Sin embargo, lo ocurrido en Alarcos rompió esta concordia y fue motivo de conflictos entre ambos monarcas y sus reinos en medio de acusaciones mutuas por la actuación de unos y otros en los días previos a la batalla.

Alfonso IX de León.

Alfonso IX respondió a la llamada del rey de Castilla en el verano de 1195 y acudió hasta Toledo para apoyarle en el previsible enfrentamiento con los almohades. Si Alfonso VIII hubiera esperado unos días, su primo podía haberse unido a él en Alarcos y posiblemente el resultado de la batalla hubiera sido otro. Pero un exceso de confianza en sus posibilidades (llevaba muchos años enfrentándose a los almohades sin ninguna derrota significativa), y el deseo de cortar el avance de Yussuf en territorio castellano le llevaron a no esperar al leonés con el catastrófico resultado referido. Puente añade otro motivo por el que el castellano no esperó a la llegada de Alfonso IX: el monarca de Castilla «no deseaba dar ninguna posibilidad a su primo de compartir una victoria contra los almohades».

Alfonso IX tampoco participó en la revancha de Alfonso VIII contra los almohadas que tuvo lugar en el año 1212 en Las Navas de Tolosa, aunque las crónicas indican que caballeros leoneses acudieron a esta famosa batalla a título particular.

En 1214 moría Alfonso VIII y le sucedía su hijo Enrique I, que solo tenía diez años y que falleció solo tres años después en un extraño accidente mientras jugaba con otros niños. Lo sucedido en este momento supuso otro hito en las complicadas relaciones entre León y Castilla. Enrique I, debido a su corta edad, no tenía descendencia. Según las estipulaciones del tratado de Sahagún de 1157, esto daba a Alfonso IX un motivo para reclamar para sí el trono castellano.

Pero en una maniobra que unos califican de sagaz y magistral y otros de artera y traicionera intervino Berenguela de Castilla. Era hermana del fallecido Enrique I y había sido esposa de Alfonso IX de León. Aunque el matrimonio había sido disuelto por la iglesia por consanguinidad, la pareja había tenido descendencia. Su primogénito, Fernando, se encontraba por entonces en León junto a su padre, que tenía previsto que heredara el trono leonés.

Sin embargo, Berenguela se apresuró a enviar mensajeros a León antes de que llegara la noticia del fallecimiento de Enrique I, solicitando la presencia en Castilla del infante Fernando. Alfonso IX accedió y, cuando el infante llegó a Castilla, Berenguela fue proclamada reina y abdicó inmediatamente en su hijo, que subió al trono como Fernando III.

Alfonso IX no aceptó la situación y se alió con el partido castellano contrario a Berenguela, liderado por la poderosísima familia de los Lara. Sin embargo, un año después, reunidos padre e hijo en Toro el 26 de agosto de 1218, Alfonso IX reconoció a Fernando III como rey de Castilla y abandonó toda pretensión al trono castellano. También se comprometía a no ayudar ni acoger en su reino a los Lara.

Que Alfonso IX terminase por aceptar a Fernando III como rey de Castilla era una cuestión. Que estuviese dispuesto a aceptar que el rey de Castilla se convirtiese también en rey de León a su muerte era otra muy distinta. Y a ello dedicaremos la segunda entrada de esta serie.

Imagen| Wikimedia Commons, Archivo del autor.

Fuente| Daniel Fernández de Lis. De la guerra a la unificación. La historia de León y de Castilla desde 1037 hasta 1252.

2 respuestas a «La sucesión de Alfonso IX de León (I). Antecedentes»

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