La madrugada del 4 al 5 de noviembre de 1605, una patrulla que recorría las proximidades del parlamento inglés en Westminster detuvo a un hombre sospechoso que se dirigía a un almacén cercano. En el interior del almacén se descubrieron treinta y seis barriles de pólvora. De esta forma se desveló y se desbarató una conspiración de un grupo de católicos ingleses que pretendían poner fin a la vida del rey Jacobo I y de todo su gobierno para revertir la reforma anglicana en Inglaterra y devolver al país al catolicismo. A lo largo de los siglos se han dado muchas interpretaciones a esta conspiración y a los que formaron parte de la misma. Pero, ¿qué fue en realidad el Complot de la pólvora?
EL ESCENARIO
El 24 de marzo de 1603 falleció sin descendencia la carismática reina Isabel I de Inglaterra; su sucesor en el trono fue el rey de Escocia Jacobo VI (Jacobo Estuardo) que reinó en Inglaterra con el nombre de Jacobo I. Los católicos ingleses acogieron con satisfacción el acceso al trono del nuevo rey, pues pensaban que sería más tolerante con la práctica de su religión que su predecesora; no olvidemos que Isabel era hija de Ana Bolena, cuyo matrimonio con Enrique VIII fue el detonante de un proceso que culminó con la ruptura de la nueva iglesia anglicana con Roma.
En la Inglaterra de Isabel I estaba prohibido a los católicos celebrar misas bajo pena de multa o de prisión; para los sacerdotes esta pena podía ser de muerte por descuartizamiento tras ser torturados. Los sacerdotes católicos (jesuitas en su mayoría) debían viajar de incógnito por Inglaterra y contar con refugios secretos en las casas de sus acólitos para evitar sufrir esta suerte.
Los ingleses no podían bautizar a los hijos ni contraer matrimonio bajo el rito católico; tampoco recibir la extremaunción. La educación católica estaba prohibida en Inglaterra y no se permitía enviar a los hijos a los Países Bajos para que recibiesen allí esa educación. Se llegó a proponer una ley que consistía en privar a los padres católicos de la custodia de sus hijos al cumplir siete años, aunque no fue aprobada. En coherencia con todo lo anterior, era obligatorio bautizar a los hijos, contraer matrimonio y asistir a los servicios religiosos en la parroquia anglicana que correspondiese a cada uno.

Jacobo I
Jacobo, por su parte, era hijo de María Estuardo, la desgraciada reina de Escocia que terminó ejecutada por orden de Isabel I tras verse implicada en varios intentos de deponerla, en los que jugaron un papel esencial prominentes católicos que pretendían devolver a la corona inglesa a la disciplina de la Iglesia de Roma. No es sorprendente, por tanto, que en la primera carta que los católicos ingleses remitieron al nuevo rey, se incluyera una referencia a la «madre de Vuestra Majestad, mártir sin igual».
Pensaban los católicos que se operaría una especie de milagro y que el hijo de María Estuardo se convertiría al catolicismo (como ya había hecho su propia esposa Ana de Dinamarca) o, al menos, que con la ayuda de la potencia católica más importante del orbe (España) conseguirían que el nuevo monarca proclamase la libertad de culto para su religión en Inglaterra.
Sin embargo, Felipe III de España no tenía intención de involucrarse en una lucha armada contra Inglaterra para imponer un monarca católico en la isla. A pesar de que técnicamente ambas potencias seguían en guerra, y aunque había dado ambiguas respuestas a los mensajeros de los católicos ingleses que solicitaban su ayuda, el rey español envió una embajada a Londres, a cuyo frente puso al conde de Villamediana don Juan de Tassis y Acuña. El enviado tenía instrucciones no solo de felicitar al nuevo rey de Inglaterra, sino de negociar un tratado de paz entre ambos países que solucionara también la problemática en los Países Bajos.
Tras reunirse con Jacobo, De Tassis informó a Felipe III que no veía posible incluir en las negociaciones del tratado de paz la posibilidad de permitir a los católicos practicar su religión en Inglaterra y que esta cuestión debería posponerse para una fase posterior a la firma de la paz. También comunicaba al monarca que las informaciones que los católicos ingleses le habían facilitado sobre la fuerza que tenían en Inglaterra para apoyar una eventual invasión española de la isla habían exagerado notablemente dicho potencial. La opinión general en España, plasmada en una carta escrita por Felipe III en febrero de 1604, era que los católicos ingleses debían mantener un perfil bajo y una actitud pacífica al menos hasta que se firmase el tratado de paz entre ambos países.
Frustrada la vía española, la otra esperanza de los católicos ingleses estribaba en el nuevo rey. Había circulado una historia según la cual, cuando recibió en Escocia antes de la muerte de Isabel al católico Thomas Percy (pariente lejano del poderoso conde de Northumbria), Jacobo le había asegurado que una vez que ciñese la corona no solo cesaría la persecución contra los católicos, sino que estos podrían optar a cualquier puesto en igualdad de condiciones con los anglicanos. Aunque es posible que el monarca manifestase de manera verbal a Percy que tendría cierta tolerancia hacia los católicos mientras estos no causasen problemas y se comportasen pacíficamente, no parece que fuera tan lejos como el mensajero hizo creer a sus correligionarios y, sobre todo, parece que el astuto Jacobo trataba de contemporizar con todo el mundo mientras no tuviese firmemente asidas las riendas del poder en su nuevo reino.
Y efectivamente cuando sucedió a Isabel, tras algún gesto prometedor como el nombramiento para cargos importantes de personajes con simpatías hacia los católicos, muy pronto se demostró que Jacobo no tenía en realidad intención de mejorar la situación general de los católicos de sus nuevos dominios. En su viaje desde Escocia a Inglaterra, en el que se detuvo en las principales ciudades, promulgó un indulto para los presos, del que excluyó a los asesinos, a los condenados por traición… y a los «papistas», como despectivamente los llamaba.
Y cuando el primer parlamento del reinado de Jacobo se reunió en febrero de 1604, el monarca manifestó públicamente su aborrecimiento hacia la «supersticiosa» religión católica. Se dictó una proclama expulsando a los jesuitas y sacerdotes católicos del reino. En abril el parlamento aprobó una ley que situaba a todos los católicos fuera de la ley. Quedaba claro que cualquier manifestación de compromiso que el monarca pudiera haber realizado mientras estaba en Escocia y no tenía garantizado el trono inglés, quedaba sin efecto ahora que ya tenía la corona asegurada sobre su cabeza.
LOS CONSPIRADORES

Una conocida viñeta indentifica a los conspiradores que se encontraban detrás delComplot de la pólvora. No están todos los partícipes, pero sí los principales miembros de la trama.
- Robert Catesby. Era el verdadero cabecilla del complot. Tenía una personalidad arrolladora y una impresionantes apariencia física. Pertenecía a una familia de rancio abolengo. Descendía de uno de los principales consejeros de Ricardo III, ejecutado tras la derrota de este en Bosworth en 1485. Su padre había pasado varios años en la cárcel por su catolicismo durante el reinado de Isabel I. Estaba unido por vínculos familiares con casi todos los restantes conspiradores (menos Guy Fawkes), especialmente con Francis Tresham, pues las madres de ambos eran hermanas.
- Guy Fawkes, el que había de convertirse en la cara visible del complot, procedía de York, de una familia con simpatías católicas por vía materna (un primo suyo era jesuita), acentuadas cuando su madre contrajo matrimonio con un católico tras enviudar del padre de Guy. Sus tendencias católicas se reafirmaron cuando coincidió en la escuela con dos futuros conspiradores (los hermanos Wright) y tres futuros sacerdotes católicos, En la década de 1590 empezó una notable carrera como soldado, combatiendo en el bando español en Flandes.
- Thomas Percy: pariente lejano del conde de Northumbria, era el castellano de Alnwick en la frontera escocesa y viajó hasta en tres ocasiones a Escocia para llevar a Jacobo mensajes en favor de los católicos de parte de Northumbria. Cuñado de los hermanos Wright.
- John (Jack) y Cristopher (Kit) Wright, hermanos de la primera esposa de Percy, hombres de acción y ferozmente católicos. Jack era amigo de Catesby y formó parte de la fallida conspiración del conde de Esssex de 1601.
- Robert y Thomas Winter (o Wintour), parientes lejanos de Catesby y Tresham. El hermano de su madre, sacerdote, había sido cruelmente ejecutado en 1586. La esposa de Robert, Gertrude Talbot, pertenecía a una familia que había desempeñado cargos de importancia en el reinado de María Tudor y alguno había pasado buena parte del reinado de Isabel I en prisión. Thomas, que había luchado en Flandes en las fuerzas inglesas contra España, finalmente retornó al partido católico y viajó a España en 1601 y 1603 buscando apoyo para la causa de los católicos en Inglaterra. Estos viajes fueron usados posteriormente para pretender una inexistente trama a la que denominó la «Traición española».
- Thomas Bates, sirviente de Catesby, reclutado por este a principios de 1604 por su cercanía a él y su lealtad para ayudarle en las tareas necesarias para llevar a cabo el plan, era un personaje muy secundario en el mismo.
LA TRAMA
En 1603 se descubrió y desbarató un complot en el que había implicados dos sacerdotes católicos que tenía por objeto secuestrar al rey en la Torre de Londres hasta que depusiera a varios miembros de su gobierno y garantizara la libertad de culto a los católicos. Los dos sacerdotes fueron ejecutados.
Esto abrió los ojos a los católicos sobre las intenciones hacia ellos del nuevo rey. Varios prominentes «papistas» (todos ellos conocidos por su bravura y su habilidad manejando diferentes tipos de armas) decidieron que no tenían intención de poner la otra mejilla.

Guy Fawkes
El 20 de mayo de 1604 se reunieron en la posada The Duck and Drake de Londres Robert Catesby, Thomas Wintour, Jack Wright, Thomas Percy y Guy Fawkes, que había sido presentado a Wintour unos meses antes en Flandes y recomendado como un soldado resolutivo y ferviente católico. En Flandes, por entonces provincia española, llevaba años desarrollándose una tenaz guerra religiosa entre católicos y protestantes. Numerosos jóvenes ingleses simpatizantes del catolicisimo se habían desplazado a la región y luchado para la corona española. Wintour y Fawkes coincidieron allí. Ambos coincidieron en que nada podían esperar de España y en que si querían hacer algo por la religión católica en la isla, los ingleses tendrían que actuar por sí mismos. Fawkes, que había luchado en Flandes durante diez años y había viajado al menos una vez a España para obtener apoyo militar para los católicos ingleses, acompañó a Wintour de vuelta a Inglaterra. Aunque Catesby era el principal ideólogo del complot, Fawkes se convertiría en la cara visible del mismo y su símbolo más representativo.
Catesby expuso al resto su plan de eliminar al rey y a su gobierno. Asesinar solo al monarca no haría que consiguiesen su objetivo, porque el magnicidio no garantizaría que el consejo privado que asesoraba al monarca no continuase con la misma política frente a los católicos con el sucesor de Jacobo. La propuesta de Catesby era volar con pólvora el parlamento, que identificaba como el lugar desde el que emanaban todos los males que aquejaban a los católicos ingleses. Tras algunas reticencias iniciales expresadas por Wintour sobre las consecuencias para los católicos del país si el plan fracasaba, los cinco acordaron seguir adelante con el complot.
Respecto de la sucesión, contaban con que el heredero, Enrique, acudiera a la sesión del parlamento y, no sabiendo si el hermano menor, Carlos, también asistiría, asignaron a Thomas Percy ocuparse de él si no era así. Además, planearon secuestrar a la hija del rey, Isabel, de nueve años de edad para proclamarla reina después de su ataque y hacer de ella una devota católica como era su madre la reina Ana de Dinamarca. Durante su minoría de edad debería designarse una figura que actuase como protector del reino, pero la incertidumbre sobre qué simpatizantes católicos entre la nobleza sobreviviría al ataque hizo que no tomasen una decisión inmediata al respecto.
En la posada, pero en otra estancia, ajeno al plan trazado por los cinco conspiradores y convocado para celebrar con ellos una misa y administrarles la comunión, ya que era domingo, se encontraba el sacerdote jesuita John Gerard. Gerard era amigo de Catesby, al que conocía por ser familiar de su principal protectora en Inglaterra, Eliza Vaux.
A lo largo del año 1604 continuaron las detenciones y ejecuciones de sacerdotes y la imposición de multas a los católicos. Además, Jacobo instó la creación de un comité dentro de su consejo privado con el objeto de tomar medidas para terminar con la presencia de los jesuitas en su reino. Por otro lado, el condestable de Castilla viajó a Inglaterra y firmó un tratado de paz en el que no se hacía mención a los católicos ingleses ni a una mayor tolerancia hacia ellos.
Todas estas circunstancias contribuyeron a reafirmar a los conspiradores en la necesidad de llevar a cabo sus planes. Como el parlamento concluyó sus sesiones en julio de 1604 y no volvería a reunirse hasta febrero de 1605, disponían de tiempo para concretar sus siguientes pasos. Sus planes debieron retrasarse cuando se pospuso la reanudación de las sesiones del parlamento hasta el 3 de octubre de 1605. Esta fecha volvió después a ser pospuesta hasta el 5 de noviembre.
Un momento crucial para concretar su hasta entonces difuso plan se produjo cuando Thomas Percy fue designado por su pariente el conde de Northumbria para formar parte de un cuerpo denominado Caballeros Pensionistas, lo que justificaba que tuviera que residir en Londres. Guy Fawkes, usando el nombre de John Johnson y pretendiendo ser uno de los sirvientes de Percy, alquiló un apartamento dentro del recinto de Westminster, lo que les permitía tener una base desde la que operar.
En marzo de 1605 descubrieron que un almacén que se hallaba justo debajo del propio Parlamento había quedado vacío. Alquilaron el almacén y depositaron en el mismo la ingente cantidad de pólvora que habían adquirido para llevar a cabo su propósito (de ahí el nombre de complot de la pólvora).
En una reunión mantenida en Bath en agosto, Catesby informó al resto de conspiradores de la necesidad de incorporar más miembros al complot. Las necesidades financieras y materiales de este requerían ampliar el número de personas implicadas en el proyecto. Se hacía preciso no solo comprar pólvora, sino también adquirir caballos y contar con diversas propiedades de leales católicos que pudieran servirles de refugio y en las que estuvieran disponibles monturas de repuesto para una previsible huida precipitada tras el ataque al parlamento. También era necesario un lugar en el que mantener a la joven princesa Isabel hasta que, asentada la situación, fuese proclamada reina.
Por ese motivo, Catesby puso al tanto de sus planes a tres jóvenes conocidos por sus antecedentes familiares católicos y por haber heredado recientemente tras la muerte de sus padres: Ambrose Rockwood, Francis Tresham (que además era su primo) y Everard Digby (sobre quien existen dudas si fue puesto al corriente de todos los planes o solo de los relativos a la princesa Isabel).
Y es sabido que cuanta más gente está al tanto de un secreto, más difícil resulta mantener dicho secreto. El 26 de octubre Lord Monteagle, católico y miembro de la Cámara de los Lords, recibió una carta anónima que le avisaba de que «este Parlamento recibirá un terrible golpe» y le rogaba que no asistiese a la sesión inaugural. Posiblemente fue enviada por Francis Tresham, que además de primo de Catesby era cuñado de Montaeagle. Otras teorías apuntan al propio Monteagle, que resultó ser el principal beneficiado de lo que ocurrió posteriormente. Según esta tesis, Tresham puso a su cuñado al tanto del complot verbalmente y este decidió escenificar la historia de la carta para desvincularse de la conspiración y presentarse como salvador del rey y del gobierno.

Lord Monteagle
Monteagle puso en conocimiento de esta carta al valido del rey, el todopoderoso Robert Cecil, y este a su vez se lo comunicó unos días después al propio Jacobo. Los conspiradores fueron informados de lo ocurrido por un sirviente de Monteagle aunque no sabían si su plan había sido descubierto o solo se trataba de una sospecha indeterminada; decidieron seguir adelante, argumentando que si lo hacían muy probablemente serían detenidos, pero que aunque no lo hicieran también sería posible que fuesen arrestados. Así las cosas, consideraron que valía la pena correr el riesgo.
EL CLÍMAX
El 4 de noviembre un grupo de miembros del consejo real, dirigidos por el chambelán Lord Suffolk, iniciaron una búsqueda en el parlamento, tanto en la superficie como en los sótanos, para tratar de verificar la información facilitada por Monteagle, que formó parte del grupo. Llamó la atención de la partida un almacén en el que se amontonaba gran cantidad de leña. Las averiguaciones sobre el arrendatario de este almacén sacaron a la luz el nombre de Thomas Percy, lo que inmediatamente levantó sospechas dada la conocida filiación católica de este. Por ello se decidió enviar una nueva partida, a cuyo mando se puso a sir Thomas Knevett, miembro de la cámara privada del rey y oficial de justicia de Westminster.
La noche del 4 al 5 de noviembre Guy Fawkes (encargado de encender la mecha que pondría en marcha el pandemónium) se dirigió al almacén donde se encontraba la pólvora para comprobar que no había sido descubierta y que podían seguir adelante con su plan. Una vez allí, tropezó con la patrulla al mando de Knevett que le detuvo y registró el almacén, descubriendo la pólvora.

Guy Fawkes Inn, en la casa natal del conspirador en York
La noticia llegó pronto al resto de los conspiradores que se encontraban en Londres, que huyeron de la capital a uña de caballo y usando las monturas de refresco que habían dispuesto. Rockwood fue el primero de ellos en llegar a Bedfordshire e informar a Catesby, que se encontraba allí dispuesto a cumplir con la parte del plan que consistía en secuestrar a la princesa Isabel.
En los primeros interrogatorios, Fawkes insistió en que su nombre era John Johnson y reconoció fríamente que pretendía acabar con la vida del rey y de su gobierno, pero no dio ningún otro nombre. El 6 de noviembre, Jacobo ordenó que fuera torturado para obtener de él toda la información sobre el complot y los conspiradores. Tras casi cuarenta y ocho horas de tortura, posiblemente pensando que así daría tiempo a huir a sus compañeros, Fawkes comenzó a destilar con cuentagotas el nombre y las intenciones de los conspiradores. También indicó que no había dicho nada porque todos los miembros del complot hicieron un juramento de silencio mientras recibían la comunión, agregando que el sacerdote que les impartió el sacramento, el jesuita padre Gerard, no sabía nada de sus planes.
Mientras, Catesby y el resto de conspiradores huían hacia Gales, tratando sin éxito de conseguir involucrar a más simpatizantes católicos en un levantamiento general. Catesby tuvo tiempo de redactar una carta para el superior de los jesuitas, el padre Garnet, informando de lo sucedido, de cuya justicia seguía convencido, y solicitando su apoyo para poner a los católicos galeses en pie de guerra. Un horrorizado Garnet contestó rogando a Catesby que pusiera fin a sus infames acciones y recordándole las instrucciones del papa, que había instado a los católicos ingleses a evitar cualquier acto de violencia.
Los conspiradores se refugiaron en Holbeach House, propiedad de un simpatizante católico, unos veinte kilómetros al oeste de Birmingham. Allí les dio alcance la partida del sheriff de Worcestershire, sir Richard Walsh. En el enfrentamiento que siguió murieron Catesby, los hermanos Wright y Percy y el resto de los implicados fueron detenidos, juzgados y ejecutados (incluido Fawkes) entre el 30 y el 31 de enero de 1606, salvo Francis Tresham, quien falleció de muerte natural el 23 de diciembre de 1605.
LAS CONSECUENCIAS
El Complot de la pólvora tuvo otras consecuencias importantísimas para personas e instituciones católicas en Inglaterra, por el horror que produjo el conocimiento de la trama y de la masacre que pretendían perpetrar los conspiradores. Y ello a pesar de que el 9 de noviembre, en un discurso en el parlamento, el rey Jacobo puso especial hincapié en destacar que el complot era obra de un grupo de fanáticos católicos y que no todos sus súbditos católicos podían ser considerados culpables de lo ocurrido. También exculpó a cualquier potencia extranjera.
– Guy Fawkes era la cabeza visible del complot para la opinión pública, pues fue él quien resultó detenido la noche del 4 al 5 de noviembre en el almacén donde se encontraba la pólvora. Desde entonces en Reino Unido y buena parte de sus colonias el 5 de noviembre se celebra la «Noche de Guy Fawkes» o «Noche de la Hoguera» (Bonfire Night) en la que entre fuegos artificiales se simula la quema del propio Fawkes y de otros personajes en la hoguera. Con ello se celebra la salvación del rey y de la religión anglicana como consecuencia del fracaso del complot.
– La residencia del embajador de España en Londres tuvo que ser protegida por las autoridades inglesas, ya que cuando se extendieron las noticias sobre el complot una enfurecida multitud se dirigió a la residencia del representante español por considerar a este país responsable de la conspiración. España no tenía nada que ver en la misma, pero años de guerra contra la implantación de la iglesia anglicana durante el reinado de Isabel I habían dejado una profunda huella de odio contra España en el imaginario inglés.

Henry Garnet
– Henry Garnet era el principal de los jesuitas en Inglaterra en aquella época. Como consecuencia de los reparos que los propios conspiradores sintieron antes de realizar su acción que implicaba la muerte de muchos inocentes (alguno de ellos católicos), Robert Catesby se aproximó a Garnet para tantear las implicaciones morales y religiosas de una acción como la que programaban. Inicialmente no mencionó específicamente que su pretensión era volar el Parlamento inglés. Cuando lo hizo fue ante otro jesuita bajo secreto de confesión, quien a su vez se lo trasladó a su superior también en confesión. Garnet se opuso al proyecto (tenía instrucciones estrictas de sus superiores en Roma de no realizar ninguna oposición violenta contra la política anticatólica del rey) e incluso escribió a Roma avisando de que «existe el riesgo de que algunos individuos actuando por su cuenta cometan traición o empleen la fuerza contra el rey». Solicitaba que el papa emitiera algún mensaje prohibiendo expresamente el uso de la violencia armada. Sus esfuerzos no fueron suficientes para convencer a Catesby. Además este dejó caer en el círculo de conspiradores que contaba con el apoyo de los jesuitas. En todo caso, una vez descubierto el complot y aunque no había prueba alguna al respecto, el gobierno inglés decidió que los jesuitas eran los principales instigadores de la trama y se ordenó la captura de los padres Garnet, Gerard y Tesimond como cerebros del complot. Los dos últimos lograron huir del país, pero Garnet fue detenido cerca de Worcester el 27 de enero de 1606 cuando emergió junto con otro jesuita de un diminuto escondite en la casa de un católico que llevaba ocho días siendo registrada. Tras tantos días, se encontraba en un lamentable estado de inanición y entumecimiento. Fue interrogado y torturado y reconoció haber escuchado bajo secreto de confesión lo que Catesby tramaba. Para la ley inglesa este hecho era constitutivo de traición por no haberlo desvelado a las autoridades. Se le consideró como instigador del complot y fue ejecutado el 3 de mayo de 1606. La situación de los jesuitas en Inglaterra se vio comprometida durante años como consecuencia de ello.
– La legislación anticatólica inglesa se endureció prohibiendo a los católicos ejercer determinadas profesiones (como la abogacía), acceder a determinados cargos (como el de oficial en el ejército o la marina), obtener un grado universitario o votar en las elecciones. Algunas de estas prohibiciones estuvieron en vigor hasta bien entrado el siglo xix.
Una de las cuestiones que se plantea sobre el complot es cómo fue posible que llegara hasta tan lejos. Y ello nos lleva a plantearnos:
¿ESTABA AL TANTO EL GOBIERNO INGLÉS DEL COMPLOT DE LA PÓLVORA?
Desde un momento muy temprano (el embajador veneciano se hace eco del rumor en el mismo mes de noviembre de 1605), existieron sospechas de la instigación de la trama del Complot de la pólvora por parte de altos cargos del Gobierno de Inglaterra (concretamente del principal asesor del Rey, Robert Cecil), con el fin de convencer al monarca del peligro que suponían los católicos para Inglaterra.

Robert Cecil
Quienes sostienen esta teoría señalan que no se trata tanto de que el origen del complot fuera auspiciado por el propio Cecil, como que este tuvo conocimiento de la conspiración en un momento muy temprano y decidió utilizarla en provecho propio.
En defensa de esta teoría se apuntan los siguientes argumentos:
– La posición de Robert Cecil como consejero real que había sido indiscutible durante el reinado de Isabel I estaba bastante más en duda cuando accedió al trono Jacobo I, monarca experimentado y que llevaba años gobernando como rey de Escocia. Uno de los puntos de mayor discrepancia entre ambos era que Jacobo no estaba de acuerdo con la amenaza que según Cecil suponían los católicos (y también los puritanos en el otro extremo religioso) para la estabilidad del reino y de la religión anglicana.
– Alguna de las actividades realizadas por los conspiradores (como el alquiler de una casa justo debajo de la sede del Parlamento y la adquisición de ingentes cantidades de pólvora) hubiese resultado complicado llevarla a efecto sin el conocimiento de las autoridades, sobre todo si se trataba de actividades de un grupo de notorios católicos; además la adquisición de pólvora estaba vedada a los particulares por aquella época.
– Estaba también el sospechoso asunto de la carta recibida por Lord Monteagle. Oportunamente, Monteagle pidió que la carta le fuera leída en voz alta por su sirviente. Según los defensores de la tesis conspiratoria, tan inusual resultaba que Monteagle no leyese la carta en privado como que el sirviente en cuestión supiese leer. Esta teoría apunta a que fueron Monteagle y Cecil quienes urdieron toda la historia de la supuesta carta anónima para sacar a la luz algo que ya conocían de antemano.
– Según la tesis oficial, tras recibirse la carta de Tresham a Monteagle, que rápidamente se la hizo llegar a Robert Cecil, se aumentaron las medidas de seguridad junto al Parlamento y ello llevó al descubrimiento del escondite de la pólvora la madrugada del 5 de noviembre cuando Guy Fawkes se disponía a prender la mecha destinada a volar por los aires el edificio parlamentario. Sin embargo, parece poco creíble que los servicios de seguridad de Jacobo I (monarca especialmente obsesionado con la posibilidad de sufrir un secuestro o un atentado) no hubiesen detectado el movimiento necesario para transportar hasta treinta y seis barriles de pólvora al sótano de una casa situada bajo el parlamento. También parece extraño el encuentro casual de una patrulla con Guy Fawkes cuando este se dirigía ya a poner en marcha el infierno.
Apuntan los «conspiracionistas» que Robert Cecil prefirió dejar que la conspiración que conocía desde casi el principio se desarrollase hasta el final (salvo la explosión de la carga de pólvora) para así poner a Jacobo I ante los hechos consumados y conseguir que el monarca viese a los católicos como el riesgo para el reino que Cecil quería hacerle notar.
Fuente| Antonia Fraser. The Gunpowder Plot: Terror And Faith In 1605 (English Edition)
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