Entrada extraida del libro «Los Plantagenet».
1.- Introducción
Ricardo III, el último rey de Inglaterra de la dinastía Plantagenet, es un personaje fascinante que sigue levantando pasiones en su país entre sus detractores y sus defensores, algo que no parece cuadrar con la escasa duración (apenas dos años) de su reinado.
Todo contribuía a hacer de Ricardo III un personaje vilipendiado: la forma en que subió al trono al fallecer su hermano Eduardo IV (desbancando a su sobrino Eduardo V después de que una serie de dudosos testimonios condujeran a la declaración como ilegítimos de los hijos de su hermano), las ejecuciones sumarias de aquellos que pudieran oponerse a su toma de poder (el fiel servidor de su hermano, William Hastings, y los miembros de la familia política de Eduardo IV, Anthony Woodville y Richard Grey) y, muy especialmente, la acusación de haber asesinado u ordenado el asesinato de sus sobrinos e hijos de Eduardo IV, los príncipes de la Torre de Londres. Los relatos sobre él de Tomás Moro y, sobre todo, de William Shakespeare convirtieron durante siglos a Ricardo III en el villano oficial de la historia de Inglaterra.
Así planteada la cuestión, pocos dudaban de que cuando Enrique Tudor invadió Inglaterra en agosto de 1485 y depuso a Ricardo III en la batalla de Bosworth, en la que Ricardo perdió la vida convirtiéndose en el último rey inglés en morir en el campo de batalla, se estaba haciendo justicia al poner fin al reinado de un tirano. Los nobles y ciudadanos que se habían unido al Tudor, así, no lo habían hecho tanto por la legitimidad dinástica de Enrique (más que dudosa), sino para poner fin a los atropellos de Ricardo III.
Desde mediados del siglo pasado, sin embargo, se comenzó a generar una corriente de simpatía hacia la figura del último Plantagenet que trata de reivindicar su legado, poniendo en duda los crímenes que las fuentes tradicionalmente le atribuían. Se justifican las ejecuciones de los parientes de Isabel Woodville o de William Hastings por intentar hacerse con el poder en nombre de Eduardo V y evitar que Ricardo se convirtiera en Protector del Reino los primeros o por conspirar contra Ricardo una vez se hizo con las riendas del país el segundo. Y se pone en duda que los príncipes de la Torre fallecieran en la Torre o, si lo hicieron, que el responsable de sus muertes fuera Ricardo, señalando otros posibles culpables como el mismo Enrique Tudor.
Pero el objeto de este artículo no es tanto reseñar las diferentes teorías sobre Ricardo y mucho menos posicionarse en un sentido u otro, sino centrarnos en un aspecto quizás menos conocido, pero que no por ello carece de relevancia: ¿y si el apoyo que la invasión de Enrique Tudor recibió en Inglaterra no tuvo tanto que ver con las supuestas atrocidades cometidas por Ricardo III para acceder y mantenerse en el trono, sino con una frontal oposición a sus planes como gobernante del país?
Y para profundizar en esta línea de argumentación tenemos que poner el foco en un acontecimiento muy concreto del reinado de Ricardo III: el Parlamento de 1484, el único celebrado durante su mandato.
2.- El Parlamento de 1484
Como no podía ser de otra forma, era necesario que se ratificase la designación de Ricardo como rey de Inglaterra. A requerimiento del monarca, el Parlamento dictó una resolución que no se conserva, pero cuyo contenido se conoce al haberse transcrito en un documento llamado Titulus Regius. La resolución declaraba nula la unión entre Eduardo IV e Isabel Woodville y apartaba del derecho al trono a sus hijos, incluido Eduardo V.
En segundo lugar, Ricardo hizo aprobar por el Parlamento una serie de disposiciones legales que constituyen un verdadero programa político de lo que pretendía que fuese su reinado. Estas resoluciones demostraban que se trataba de un gobernante preocupado por que en el reino imperara la justicia y que miraba por mejorar las condiciones de los más desfavorecidos. Es reseñable también que en sus viajes a diversas ciudades del país desde que ciñó la corona había rechazado en repetidas ocasiones que se le entregaran costosísimos regalos y donaciones, destinando los mismos a fines sociales.
El Parlamento abolió el sistema conocido como benevolences, una suerte de donaciones forzadas creadas por Eduardo IV en 1475. Para tratar de sortear el control fiscal por parte del Parlamento, se trataba de un impuesto arbitrario que el rey imponía sobre sus súbditos «contra su voluntad y sus libertades» y que podía provocar su «casi completa destrucción». Ricardo III, con el consenso de los magnates, de los prelados y de los Comunes reunidos en el Parlamento, «ordena que de ahora en adelante sus sujetos y la comunidad del Reino no sean objeto de estas benevolences, que son condenadas y prohibidas para siempre». Con esta norma, Ricardo no solo estaba poniendo remedio a un injusto y arbitrario sistema de recaudación que había llevado a la ruina a más de un súbdito inglés, sino que también estaba lanzando el mensaje de que limitaría sus gastos personales y los de la Casa real a lo que el Parlamento le adjudicase y que se atendría a la tradicional regla del juego según la cual la definición de la política fiscal por parte del Parlamento constituía la llave de la negociación en la llevanza de los asuntos del reino por parte del monarca.
Otras disposiciones tenían por objeto la dinamización del comercio y el favorecimiento a los mercaderes y fabricantes ingleses frente a los extranjeros, muy especialmente los italianos. En el trasfondo de estas medidas podía estar una tendencia (en este caso ya iniciada por Eduardo IV y continuada por Enrique VII) por la que se intentaba reemplazar a la díscola y rebelde nobleza por los mercaderes como punto de apoyo esencial de la monarquía en Inglaterra.
El Parlamento legisló también para atajar que las corruptelas y las denuncias falsas pudieran llevar a ciudadanos comunes a la ruina. Se estableció un procedimiento para garantizar un funcionamiento justo e imparcial del sistema para que un denunciado pudiese salir de prisión bajo fianza (evitando que funcionarios corruptos denegaran dicha fianza) y se garantizó que las personas denunciadas no sufrieran embargos ni perdieran sus bienes tras la denuncia, sino solo si y cuando resultaran condenadas por sentencia firme. En un sentido similar (defensa del común de los ciudadanos ) pueden interpretarse las medidas aprobadas por el Parlamento sobre el sistema de elección y personas cualificadas para ser jurados, que buscaban evitar que los jurados fuesen sobornados o sometidos a presiones por su situación personal.
Hay otro aspecto de las disposiciones tomadas por el nuevo rey que pudo influir en poner en su contra a parte del país. Se trata en este caso de una cuestión esencialmente geográfica. Ricardo había ejercido tareas de gobierno durante el reinado de su hermano basado casi siempre en la zona norte de Inglaterra, por lo que podía ser calificado como un rey «norteño». Pues bien, a la hora de proveer las vacantes dejadas en algunos puestos por los implicados en una rebelión fallida liderada en octubre de 1483 por el duque de Buckingham, resultó que la mayoría de estos sujetos eran servidores de Eduardo IV que desempeñaban sus puestos en condados del sur del país. Ricardo decidió sustituirlos con hombres de su confianza, que en su mayoría eran jóvenes procedentes del norte.
Lo que intentaba era más poner un parche a una situación de vacío de poder en un segundo escalón que imponer deliberadamente al norte sobre el sur, pero eso no impidió que entre la baja nobleza y el pueblo de los condados sureños se viese como una intrusión contraria a sus intereses y que no contribuyese precisamente a ganar el apoyo al nuevo rey por parte de esos condados.
Matthew Lewis, biógrafo de Ricardo III, considera que esta circunstancia tuvo mayor importancia en la pérdida de apoyos a la casa de York que la forma en que Ricardo subió al trono y resume de esta forma el resultado del cuerpo legislativo que emanó del Parlamento de 1484: «cuando concluyeron las sesiones, Ricardo había dado promesa de vivir con la cantidad presupuestada para él, de trabajar con los Lords y los Comunes en el Parlamento, había presentado reformas que beneficiaban a aquellos más desfavorecidos en la escala social y había corregido injusticias en las leyes sobre herencias».
El mismo autor especula con la posibilidad de que estas medidas en favor de los más humildes, que lógicamente iban en perjuicio de los más poderosos magnates del reino y de los oficiales de justicia corruptos, contribuyeran a que el complot que se estaba gestando contra Ricardo III contara con los mayores apoyos dentro de estos poderosos estamentos.
3.- Conclusiones
Ricardo III fue y sigue siendo un personaje polémico en Inglaterra. Pero el foco se ha puesto más en sus espectaculares acciones para hacerse con el poder que en su corta y truncada labor de gobierno. Lo que el Parlamento de 1484 pone de manifiesto es que, si hubiera tenido tiempo, posiblemente la imagen que se tiene de él hubiera sido muy diferente. Tomo de nuevo prestadas las palabras de Matthew Lewis:
Para algunos, Ricardo siempre será un malvado y asesino usurpador. Para otros, un buen hombre tratando de cumplir con su deber en circunstancias complicadas. La verdad probablemente se encuentre en un término medio entre ambos extremos […]. Era humano. Cometió fallos y juicios erróneos. Tenía sus defectos, como todos, pero bajo la mugre de siglos de calumnias y rumores, se pueden descubrir los hechos de forma que nos muestren a un hombre mucho más definido e interesante, con ideas nuevas adelantadas a su tiempo. Desde luego que estaba dispuesto a hacer lo que estuviera en su mano para proteger a su familia y su posición. Era un noble del siglo XV, en una época en que estos eran brutales y codiciosos. […] Posiblemente, lo que le hace único entre los monarcas y nobles medievales es la antítesis de lo que la historia nos ha transmitido de él. No era un mezquino tirano dedicado a asesinar a todos en su camino. Era un reformador con visión de futuro que trató de atajar los problemas reales que detectó en la sociedad medieval inglesa y pagó el precio por pensar que podía resolverlos».
No todos coinciden en esta valoración. Roy Strong resume el corto e intenso reinado del último Plantagenet: «Incluso si algún día se demostrase que Ricardo era inocente de infanticidio, seguiría siendo un monarca fallido».
Por su parte, Simon Schama señala lo siguiente:
Ricardo III fue mucho más interesante, pero también mucho más siniestro que los estereotipos que le han retratado bien como la encarnación de un villano impío o como un héroe del norte vilmente vilipendiado por la propaganda Tudor. No era impío, sino muy al contrario un fanático religioso decidido a acabar con los que consideraba indignos, empezando con los familiares políticos de Eduardo IV y siguiendo con sus propios e incómodos sobrinos, de tal forma que pudiera instaurar el reinado de la piedad y la justicia en Inglaterra. Cuando Ricardo III encontró la muerte en Bosworth, el reino se libró no de un monstruo corrupto y depravado, sino de un fanático puritano.
Bibliografía
FERNÁNDEZ DE LIS, Daniel. Los Plantagenet. Madrid,, 2021
JOHNSON, Lauren. Shadow King: the Life and Death of Henry VI (English Edition). Edición Ebook, Apollo, 2019.
JONES, Dan. The Hollow Crown. The Wars of the Roses and the rise of the Tudors. Londres, Faber & Faber Limited, 2015.
— Plantagenets, The Kings Who Made England. Londres, Ed. William Collins, 2012.
LEWIS, Matthew. The Wars of the Roses: The Key Players in the Struggle for Supremacy. Stroud, Amberley Publishing, 2015.
—Richard III. Loyalty Binds Me. Stroud, Amberley Publishing, 2018.
—The Survival of the Princes in the Tower. Murder, Mystery and Myth. Stroud, The History Press, 2017.
SCHAMA, Simon. A History of Britain. BBC Worldwide Limited, Londres. 1ª edición, cuarta reimpresión (2000)
STRONG, Roy. The Story of Britain.Ed. Pimlico, Londres. 1ª edición (1998)