Suele decirse que, con contadas excepciones, las adaptaciones de novelas al cine o la televisión no alcanzan normalmente el nivel de la obra original. Probablemente influya el hecho de que cada uno representa a los personajes del libro con los ojos de su imaginación y que es difícil que los actores que les dan vida lo hagan a gusto de todos los lectores, sobre todo de los mayores admiradores de la novela. También sucede que resulta complicado trasladar a la pantalla todas las situaciones, descripciones y pensamientos plasmados en el papel, por lo que siempre se echa de menos algo en la adaptación del libro al guion. Por último, pienso que no falta algo de «postureo», una especie de «yo lo vi primero» que parece hacer necesario dejar claro a todo el mundo que ve la película que uno sabe mejor que los demás de lo que habla y dónde están los fallos porque leyó el libro antes.
Honrosas excepciones a este principio que suelen citarse, y con las que coincido, son películas como El nombre de la Rosa o Lo que el viento se llevó. Y si hay una adaptación que para mí se lleva la palma es la serie de la BBC de los años 70 Yo, Claudio, basada en las excepcionales novelas de Robert Graves Yo, Claudio y Claudio el dios y su esposa Mesalina, dos de las principales responsables de mi interés por la historia. Además de verla cuando se estrenó en TVE, he tenido la suerte de volver a disfrutarla después primero en VHS y luego en DVD. Supongo que ahora existirán nuevas plataformas en las que se encuentre disponible y la recomiendo encarecidamente a quien no la haya visto.

Por eso me llamó poderosamente la atención cuando hace poco me enteré de que la famosa versión de la BBC, con un extraordinario Derek Jacobi en el papel del cojo y tartamudo Claudio, no fue el primer intento de adaptación de la obra de Robert Graves. Y más aún cuando me enteré de las estrellas involucradas en el proyecto.
En los años 30 el cine británico veía impotente cómo la industria del cine a nivel mundial era claramente dominada por las producciones de Hollywood. Eso hizo que los productores británicos empezasen a tirar la toalla y a centrarse en producciones domésticas de bajo coste. Hasta que el director de origen húngaro Alexander Korda decidió tratar de hacer frente al gigante estadounidense con un producto británico de calidad que pudiera combatir con Hollywood.
Para ello decidió centrarse en el cine histórico. Empezó con una película protagonizada por Charles Laughton titulada La vida privada de Enrique VIII, que se convirtió en un éxito no solo en Gran Bretaña, sino también al otro lado del charco. A ella siguieron otras obras como Catalina la Grande, La Pimpinela Escarlata y Rembrandt. Actores como el mencionado Laughton, Merle Oberon o Lawrence Olivier participaron en estas películas.

En 1937 Korda decidió acometer un proyecto todavía más ambicioso: llevar a la gran pantalla la historia del emperador romano Claudio adaptando las novelas sobre él de Robert Graves. Grandes nombres se sumaron al proyecto. Korda contactó con el propio autor no solo para conseguir los derechos, sino para ofrecerle revisar el guion. El papel protagonista recaería, como no podía ser de otra manera, en la más rutilante estrella de estas producciones británicas: Charles Laughton.
Korda decidió también no ser él mismo quien se pusiera detrás de la cámara y ofreció el papel de director a un nombre mítico en la historia del cine: el alemán Josef von Sternberg, cineasta formado en el Berlín de los años 20, descubridor de Marlene Dietrich en El ángel azul, y que había emigrado a Hollywood tras la subida al poder de Adolf Hitler. La razón que Korda dio al alemán fue que él no se consideraba en condiciones de volver a dirigir a Laughton, cuyo papel como Claudio era innegociable. Sternberg sí tendría la posibilidad de elegir al resto de miembros del elenco, salvo Merle Oberon para el papel de Mesalina, que también estaba ya contratada. El propio Laughton pidió también a Stenberg que se hiciese cargo de la dirección.


Un personaje especialmente complicado de interpretar fue el correspondiente a la emperatriz y esposa de Augusto, Livia. El papel recayó en Flora Robson, actriz que había interpretado a Isabel I de Inglaterra, y el mayor problema era que Flora, que rondaba por entonces los 30 años, tenía que interpretar a una mujer de cerca de 80. Como la actriz recuerda, lo más complicado era soportar los kilos de maquillaje necesarios para caracterizarla.
Todo estaba preparado para iniciar la grabación de la película que Korda esperaba fuese su obra maestra. El 15 de febrero de 1937 comenzó el rodaje en Denholm. en un estudio repleto de espectaculares decorados diseñados por el hermano de Korda, Vincent. La expectación en Inglaterra era enorme, hasta el punto de que miembros de la familia real asistieron al rodaje.
Según von Sternberg, el único actor con el que tuvo dificultades fue con Laughton a quien, para el director, le costaba meterse en su papel de Claudio. Merle Oberon relata que Laughton, a quien admiraba enormemente, le confesaba llorando en su camerino que no era capaz de hacerse con su personaje. Hasta que un día le comentó a la asistente de Korda que había conseguido encontrar el tono de su personaje inspirándose para ello en el reciente discurso de abdicación de Eduardo VIII, el duque de Windsor.

Una anécdota del rodaje se produjo cuando Sternberg insistió en que en una escena en la que salía un grupo de vírgenes vestales, las jóvenes estuvieran desnudas debajo de sus velos, algo que, apunta el jefe de vestuario, no tenía nada que ver con la religión romana. Otro momento que el actor que representaba a Calígula, John Armstrong, recuerda es la dificultad del rodaje de la escena de la entrada del caballo Incitatus en el Senado para ser ordenado senador.
Pero un hecho inesperado vino a poner fin al rodaje y provocó que la película no llegara a finalizarse ni a estrenarse: Merle Oberon sufrió un grave accidente de circulación, que ella misma narra en el documental que ha servido de fuente a esta entrada. Tras esperar durante un tiempo y ver que la actriz protagonista no se recuperaba y no podía finalizar el rodaje de sus escenas, se decidió cancelar el proyecto. En el mismo documental, von Sternberg muestra su decepción por haber tenido que poner fin a la película. Algo que no comparten ni el actor que representaba a Calígula, John Armstrong, ni el propio Robert Graves, para quien fue como si el mismo Claudio no deseara ser representado en la pantalla.
La historia del rodaje, las entrevistas con los protagonistas y las escenas grabadas de la película que nunca fue pueden disfrutarse en el siguiente documental, presentado por otro grande del cine británico: Dirk Bogarde.